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martes, 18 de diciembre de 2012

Mercedaria

Fue una madrugada mágica, inolvidable. Recuerdo perfectamente cada sensación, cada aroma…como si hubiera sido ayer. El cortejo marfil mercedario se adentraba en la oscuridad de la medianoche camino de la Catedral, mientras una penetrante fragancia a azahar embriagaba nuestros sentidos, ávidos de experimentar eso que se nos había negado por culpa de los absurdos estereotipos sobre nuestra ciudad. No era posible decían, Córdoba no estará en la calle hasta el amanecer. Se equivocaban. Cuando terminó mi peregrinar por los rincones de cada primavera, fui a buscarte. Fue en Deanes. Me asomé a tu mirada abriéndome paso entre el gentío inesperado y pude respirar el incienso, la flor y la cera derretida de tu altar itinerante.

Maravilloso el crisol de perfumes. Maravillosos tus ojos compitiendo con la luna. Maravilloso el azul de tu manto, ese que nunca debió perderse. Maravillosa tu belleza de Princesa. Te acompañé hasta que dejaste atrás los naranjos para adentrarte en el bosque de columnas. Y esperé… lentamente se fue desvaneciendo la bulla. La tentación me reclamó pero no sucumbí a ella. No podía….sentí que era un momento histórico, especial…casi único. Entonces la cruz de guía se asomó de nuevo al patio de abluciones. Y dos hileras nazarenas volvieron a envolverse en la sombra. 

Una corneta con vocación de campana, convocó a los presentes anunciando que el Humilde Coronado regresaba a la inmensidad de la noche. Le vimos alejarse. Pero yo sabía que mi sitio estaba en aquella puerta. Que debía esperarte. Y así fue. Las bambalinas de tu palio volvieron a inundar la negrura acariciando nuestras almas con su fleco de oro. Y decidí caminar contigo. No fue premeditado. Te adentraste de nuevo por las orillas de la Judería en dirección a la calle de la Feria. Cada chicotá era un fragmento de gloria que ofrecías a los fieles que gozábamos de aquél regalo. 
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